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Testimonio – Recuerdos de Lorenia

Me acuerdo que desde mi llegada teníamos que viajar ida y vuelta entre el pasaje Wakulski, que era la sede del Septrionismo en el centro de Lima y la comunidad Lorenia, que quedaba en Lurín. Cuando no se logró terminar de comprar el local de Wakulski, el Hermano Claudio me preguntó dónde preferiría vivir, en Lima o en Lorenia. Sin pensar, le dije que me gustaba más Lorenia. Ignoro qué hubiera hecho el hermano Claudio, si le hubiera dicho ‘Lima’, pero Lorenia ya existía.

Viviendo en Lorenia, en los primeros tiempos todavía no trabajaba en la oficina como solía hacer en Wakulski. Hacíamos todo juntos. Inmediatamente empezó a criar animales, como acostumbraba hacer en todas partes donde vivía. Muchas horas estaba ocupado en el taller que había improvisado con ladrillos y un techo provisional para construir jaulas de conejo de varios pisos. Veía cómo gozaba haciéndolas lo más cómodas posibles, con techos inclinados entre piso y piso para facilitar la limpieza, con bebederos y todo lo que hicieran sentir a los conejos atendidos como reyes.

Preparaba todo hasta el último detalle, incluso fabricaba los comederos. Así nos enseñaba lo que él llamaba el “hacer haciendo”, porque así podíamos dejar de ser consumistas que todo lo tenemos que comprar y pagar a terceros cuando en realidad todo lo podemos aprehender a hacer nosotros mismos. No se necesitaba tener mucho dinero para tener buenas jaulas, ni para construir una granja, sólo se necesitaba el material para construirlo y la voluntad de aprender de los errores.

Luego también se encargaba con mucha habilidad de la venta de los conejos, patos y pollos. Con qué facilidad aprovechaba los lugares donde comíamos para ofrecerles. Nos enseñó también a ser fieles a los vendedores de mercado y a los dueños de los restaurantes. En todo lugar donde compraba algo, les hacías sentir que en nosotros iban a tener un cliente fiel. Por esa misma razón siempre visitaba los mismos lugares, dando confianza a las personas y creaba un vínculo con cada uno de ellos.

Cuando recién desencarnó me di cuenta que todas estas personas se habían encariñado con él, eran parte de nuestra vida, y fue muy difícil ir sin él a esos lugares, y caminar por las calles donde caminamos juntos. Fueron lugares y personas importantes en nuestro día a día que compartían cierta historia con nosotros. El día para ir al mercado era sagrado, todos los sábados íbamos en mancha al mercado para hacer las compras de la semana. Si había niños que teníamos bajo nuestra tutela, les enseñaba a hacer las compras, pagar, calcular etc. Las personas del mercado siempre estaban encantados, hablábamos con ellos de todo, tanto así que nadie nunca lo ha olvidado. 

Estoy seguro que cuando estemos todos allí en el otro mundo seguiremos visitándolos de vez en cuando.

Hna. Nathalie

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