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La trágica experiencia del 5 de febrero

foto: RPP (Radio Programas del Perú)
Archivo: Septrionismo - EGO Nº 27 - 1975
Archivo: Septrionismo - EGO Nº 27 - 1975

LA TRÁGICA EXPERIENCIA DEL 5 DE FEBRERO

 

Publicación original en la revista EGO Nº 27 (1997 – DIBLA) Sagrada Orden Mística Septriónica

Es imposible permanecer silencioso e impasible después de los trágicos sucesos de la primera semana de febrero en la capital de nuestro país. La ingente masacre de los vándalos y curiosos que participaron en los desmanes que dejaron como saldo cuantiosas pérdidas económicas a mas de las ruinas y la temida animadversión de peruanos contra peruanos es motivo suficiente para reflexionar tratando de encontrar explicación a los hechos.

Después de los prudentes llamados al restablecimiento del orden y la calma ciudadanas, después de la incertidumbre de las horas vividas por la violencia de los acontecimientos y por la inseguridad de la supervivencia, después de la confusión de quienes son legos en la política y no pueden comprender cómo un pueblo que ha venido unido al gobierno bajo la significativa consigna de “pueblo y fuerza armada” es capaz de  voltearse contra sus propios copartidarios. Después de la violenta réplica que sorprendió al mundo y a los vándalos, meditamos hoy desconcertados sobre la realidad de las diversas facetas de lo vivido. Las sistemáticas jeremiadas, llamando al orden social, argumentando nuestra naturaleza pacifista en el confundido afán de obtener la pasividad del pueblo nos demostró, con ironía, la pusilanimidad de los hombres, pues los acontecimientos vandálicos del saqueo, el pillaje y el incendio por un lado, y por el otro, la lamentable matanza de un pueblo inerme, expresan con claridad meridiana que no existe pacifismo en nuestra naturaleza. Pacifista es el que promueve la paz que tiene en sí. La paz es un estado mental de conformidad con la naturaleza o con el orden social establecido. Los acontecimientos son la demostración de diversas formas de inconformidad social que denotan la carencia de forma alguna de paz. 

La denigrante y nunca suficientemente censurada actitud de pillaje de los grupos vandálicos son el síntoma de un ancestral mal que aqueja a nuestro pueblo (ama sua…..) y cuyas razones o causas deben ser constantemente estudiadas por todos cuantos amen verdaderamente a la patria, porque en ella descubriremos a los verdaderos agentes que originan nuestros males nacionales.

El que saquea y hasta incendia y mata en su afán latrocínico es indudablemente un protérvico se que ha sido impulsado por fuerzas tanto internas como externas de extrema necesidad. Nadie es instrumento político maleable si no se trafica precisamente con sus necesidades. La dignidad y la conciencia humanas de quienes carecen de una moral y una cultura sólida se abaten con suma facilidad ante la adversidad y las dificultades de supervivencia. Así vemos deambular por el escenario político de nuestra civilidad a los “protéicos” que ora entregan su conciencia al goce de las prebendas de las posiciones arribistas, y ora azuzados por el hambre  y la desocupación- en agentes vandálicos. 

Los desórdenes vividos en Lima fueron el corolario inevitable de un proceso también inevitable. ¿Que hubo agitadores insensatos? Es evidente. Pero, ¿qué es lo que permitió que esto sucediera? Indiscutiblemente fueron las circunstancias preestablecidas de un pueblo.   

Antecedentes ideológicos

Las actitudes sociales de un pueblo son la expresión inobjetable de su idiosincrasia y de las influencias ideológicas predominantes. La marginación y explotación tradicional de las clases menos favorecidas encontraron en el socialismo y el humanismo de la época una violenta fuerza de cambio ideológico y social. La casi total reivindicación integracionista de las últimas generaciones al profesionalismo y a la coparticipación directriz en la vida pública determinó en el hombre una nueva modalidad de sentimiento humanista. El tradicional sentido filosófico-espiritualista de aquel humanismo que gustaba de lo antiguo y que no se contentaba con adorar, sino que se esforzaba por reproducir las enseñanzas y los valores de los antiguos, experimentó un brusco cambio en las mentes reivindicacionistas de quienes aún no tenían más anhelos culturales que el de la igualdad política y social. Así el humanismo primitivo se convirtió en un sentimiento de solidaridad entre los desheredados y los recientemente favorecidos por la cultura y el bienestar socio-económico. Este despertar en un mundo anhelado y poco comprendido aún, por vinculación de clase y sin una clarividencia esclarecedora de los mejores métodos para el logro ideal de los objetivos humanistas, instigó a los unos a conquistar la participación y usufructo de todos los suyos. Unas veces con argumentos lógicos, otras, con evidentes artimañas sofísticas y las más, con despechados resentimientos que procuraban en el desquite una sui-géneris causa de justicia social. Así se inculcó en esa inmadura y casi analfabetas poblaciones confusas enseñanzas, cual labradores que sembraban vientos sin saber exactamente lo que iban a cosechar. 

….”Cada hombre tiene derecho a los bienes necesarios y en situaciones de extrema necesidad PUEDE PROCURARSE LO INDISPENSABLE INCLUSO TOMÁNDOLO DE LAS RIQUEZAS DE LOS DEMÁS” ….., insondable argumento expresado en el Art. 69 de la Encíclica “Goce y Esperanza” del Papa Juan XXIII, tan insistentemente pregonada en la elocuente y célere “oración patria” pronunciada por un alto dignatario de la Jerarquía Eclesiástica Peruana, que a las claras contraviene uno de los mandamientos de la Ley de Dios (no robarás).

….”Campesino, el patrón no comerá más….”, “Ni capitalismo ni comunismo”, entre otras, han sido frases que buscaban crear una conciencia de clase que rechazara todo lo que de alguna manera recuerde opresión; engendrando involuntaria o imprevisivamente resentimientos, codicia y rencor de clase, entre el pueblo y las clases burguesas y oligárquicas.    

El legitimo derecho a la igualdad de las condiciones humanas es incuestionable, pero sólo con el tiempo comprobarán los insensatos si los fundamentos y las consignas ideológicas fueron prudentemente utilizadas, porque aún cuando las intenciones sean honestas y por más que los fines sean positivos; cuando se inculca inmoderadamente una toma de conciencia de clase sin una base previa de ética y civismo equilibrante entre las pasiones y el derecho ciudadano por igual, será inevitable sucumbir en el odio de los pobres contra los ricos y la violación de los derechos humanos, pues la apropiación ilícita brotará como un supuesto derecho de justicia social. 

Factores sociológicos

La atávica política centralista determinó el nefasto criterio de que “siendo Lima el Perú”, la única forma de progresar era trasladándose a vivir a Lima. Así por cada poblado que surge en los alrededores de Lima, muere de abandono un poblado de provincia.  

La equivocada política y la desatinada demagogia proselitista arrastró al campesino sediento de justicia social hacia los irónicamente llamados “pueblos jóvenes”, quizá como un impronunciado conjuro antitético, que los alejase de las fantasmagóricas realidades vividas en sus olvidados “pueblos viejos” con las perspectivas de poseer un lote con agua, y luz y trabajo seguro, acuden a la gran Lima, ya que en sus pueblos estas comodidades y seguridades son aún remotas.

Ilusiones que en parte se desvanecerán, ante las cruentas realidades de la difícil supervivencia en un medio urbano que para ellos será más hostil que el geográfico, por la problemática desocupacional de la longeva Lima. 

Así, hombres y mujeres, impotentes por la inclemencia del medio, por la ignorancia, por la carencia de instrucción técnica y por las dificultades de conseguir trabajo honesto, se ven obligados a subsistir como vendedores callejeros, vistiendo a las calles de la gran Lima en ferias de aldea. En la imposibilidad de encontrar en estos medios callejeros el equilibrio de su subsistencia, caerán inevitablemente en la delictividad, porque antes de respetar las leyes establecidas por la sociedad, tendrán que respetar la nunca promulgada ley instintiva de supervivencia. Morir de hambre o delinquir es la incuestionable alternativa. 

Los promiscuos cordones poblacionales que rodean a la gran Lima, como a toda gran ciudad, son y serán siempre como un cilicio humano que, cual famélicas fuerzas estarán prestas al saqueo y al pillaje de las codiciadas posesiones económicas  de quienes conforman la población de la ciudad, y que bajo la instigación de los agitadores de todas las clases y motivos, serán el tormento de las luchas sociales.

Circunstancia eventual

Las casi 48 horas de ausencia de vigilancia policial de la ciudad, por una discutida huelga de las fuerzas policiales, fueron una poderosa tentación para el pillaje de los delincuentes y el desorden de los agitadores políticos. Lo que es aún inexplicable es por qué las fuerzas gubernamentales permitieron que la ciudad quedase sin vigilancia protectora durante tanto tiempo. La ciudadanía temía los atracos de características y demás afiliados al gremio delictivo, pero fue sorprendida por las catastróficas acciones de vandalismo y la represión de las mismas.

Conclusiones

Con los antecedentes ideológicos predominantes, los factores socio-económicos de los cordones poblacionales, ¿acaso no se habían forjado en la inmadura mentalidad de un pueblo que siempre vivió en la extrema necesidad de todas las cosas, iniciativa que a las claras tenía que derivar en hechos como los del 5 de febrero? 

¿Fue indispensable el trágico costo de vidas para controlar la situación producida? Sólo la conciencia ciudadana podrá darse una respuesta satisfactoria. ¿Pudo evitarse esto con la planificación política? Creemos que si pudo evitarse si se hubiera considerado como peligrosa la inmigración masiva de la población rural al cordón urbano que rodea a Lima y si se hubiera reemplazado inmediatamente la ausencia de vigilancia policiva. Y como una campanada de alerta debemos tomar estos sucesos como la advertencia elocuente de lo que puede ser un próximo futuro sin medidas preventivas apropiadas al caso.

Muchas veces por hacer un bien solemos hacer un mal. Hoy podemos ver con claridad que, efectivamente, al apoyar alegremente el nacimiento de los “pueblos jóvenes” con un ingenuo deseo de reivindicación social, no solamente estábamos sentenciando a muerte y desaparición a los “pueblos viejos”, sino que también inconscientemente sentenciábamos a esta gente joven incapacitada para integrarse positiva y activamente a las perspectivas técnicas del progreso de la gran ciudad. Muchísimas interrogantes se han abierto en nuestras conciencias con los acontecimientos de febrero.

Que “el fin justifica los medios” ha sido la permanente argumentación de quienes defienden o combaten un orden establecido o por establecer. La lucha por el poder político o por la libertad ha llevado y llevará siempre el derramamiento de sangre. Los que transitoriamente detentan el poder son los que encarnan la ley y los que la atacan -de una o de otra manera- son los delincuentes en este ofuscado ordenamiento jurídico de nuestra sociedad. En el argumento el fin es el orden social. Y en la realidad, el orden social no tiene fin, porque siempre unos hombres estarán luchando por privar a los otros de sus  posiciones sociales.  

La dialéctica socio-política de la humanidad se debate entre las luchas por el poder y la libertad de los derechos. Quizá algún día los hombres comprendamos que la sociedad es una unidad de conformación dual o multi-dual. Que sólo unidos racional y civísticamente podremos aniquilar al enemigo común que tras las máscaras del subdesarrollo y la dependencia y la opresión nos condiciona a una supervivencia incierta que nos lleva a dudar y a pelear entre hermanos de un mismo pueblo. 

Autor: Claudio Javier Cedeño Araujo (Shikry Gama)
EGO Nº27 – 1975 – DIBLA – Sagrada Orden Mística Septriónica

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