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Las implicancias de la práctica de la filialidad

Vi por televisión una entrevista que le hicieron a quien fue el director técnico del equipo nacional de natación holandés, el cual había logrado un alto rendimiento, ubicándola entre la élite mundial de este deporte, en base a estudiar y perfeccionar los movimientos de los nadadores. Éstos logros obtenidos, hizo que la federación australiana de natación decidiera contratarlo como director técnico de su selección. El entrenador holandés aceptó la propuesta de la federación australiana, porque -según decía- era un reto para él. No eran diez nadadores, como en Holanda, sino muchos más.

El entrevistador le preguntó jocosamente: ¿pero no te sientes mal?, ¡vas a trabajar justo para la competencia! Tantos años has dedicado para estudiar al oponente para mejorar a los nuestros, ¡y ahora vas a trabajar para “el enemigo”!

Cuando escuché eso, resonaba en mi mente aquello que el Hermano Claudio había explicado en la charla sobre la filialidad, que es la base de las normas de comportamiento ético y moral que enseña el Septrionismo.

En esta charla el Hermano Claudio dijo:

Quien no aprende amar a sus padres, quien no aprende a desarrollar el sentimiento de la filialidad interna, no tendrá apego a ningún valor, a ningún ideal, a ningún objetivo real, simplemente hará uso de todo según sea la circunstancia del momento y según sea la paga que le den por ese momento.

A raíz de esto pensé: ¿pero no será un poco exagerado? Y enseguida empecé a recordar que el Hermano Claudio había dado ejemplo de ello en vida, aunque a algunas personas les parece exagerado. ¿Pero por qué lo hizo?

Un ejemplo de ello es cuando el Hermano Claudio estuvo trabajando en una compañía de seguros y describe su situación:

Uno de esos días, el Sr. Frey me llamó a su oficina para informarme que los propietarios suizo alemanes, de la Colmena Compañía de Seguros, habían vendido la compañía al consorcio italiano de La Fondiaria, y que, tanto él, como sus ejecutivos alemanes, serían reemplazados por personal italiano que ex profesamente vendría al Perú. Basados en la confianza y la amistad que nos teníamos, me pidió que discretamente le ayudara a retirar cierta documentación y que cuando llegaran los nuevos dueños, fuera como un observador para él, y que le informara de cualquier asunto que cuestionara su administración. El nuevo gerente italiano: Angelo Mescola, después de recibir la administración, me pidió que instruyera a un hombre de su confianza en el manejo de las responsabilidades de mi sección. De la noche a la mañana me vi involucrado en un conflicto de intereses que no tenía nada que ver conmigo. Las relaciones laborales eran muy tensas, por lo que, tenía que decidir a quién debería serle fiel, ¿a los amigos suizo alemanes?, o por conveniencia de conservar el empleo, ¿a los nuevos dueños italianos? Por ética sólo debía lealtad al amigo Frey, así que por solidaridad con él, presenté mi dimisión, renunciando a la indemnización de tres años de servicios laborales, porque no deseaba esperar el tiempo que la ley obliga.

Inmediatamente después de recordar este suceso me vino a la mente la participación del Hermano Claudio como ponente en el Primer Congreso Folklórico de Medicina Espiritual, celebrado en Iquitos, en 1980, donde expuso su teoría sobre la mecanicidad de la fe a científicos de todo el mundo. Allí se encontraba una científica francesa que dijo que en el Perú se estaba desperdiciando a un hombre tan esclarecido como él. En Francia -decía ella- un hombre con sus cualidades es considerado como un científico. Ella le ofreció llevarlo a Francia, allá se haría cargo de dirigir a los científicos franceses, pero el Hermano Claudio, por lealtad a su país, rechazó la propuesta.

Lo mismo sucedió cuando fue a los Estados Unidos a dar un ciclo de charlas  organizado por la hermana Marlene Dobkin de Ríos (PhD en antropología). Allí le ofrecieron trabajar para la NASA, y le dijeron que podría ganar tanto que podía construir todas las comunidades que quisiera en Perú. Otra vez declinó la oferta.

La mayoría de personas no pueden entender esto, pero sí entienden que lo hizo para cumplir con su misión, porque sabía que su misión era quedarse en el Perú. Una vez, al inicio de su misión, cuando estaba indeciso sobre dónde predicar, porque se dio cuenta que en Brasil la gente estaba mucho más preparada que en Perú para entender el Septrionismo y participar de sus enseñanzas, conversó con su tío Pepe, quien le dijo que por algo había nacido en el Perú, y que su misión debía ser aquí y no en otra parte. Luego el Hermano Claudio contaba que se daba cuenta que le mandaron al Perú porque era aquí donde más necesitaban su ayuda, pues en los otros países no tenían  los mismos problemas que acá.

En otra parte sobre la misma charla de la filialidad, el Hermano nos enseña:

La filialidad, entonces, no solamente implica ese amor, respeto, esa obediencia a los padres, sino que en la medida en que desarrollemos ese sentimiento en nosotros, irá forjándose también un sentimiento de identidad de lo que es el hombre con respecto al mundo, de lo que es el hombre con respecto a su pueblo, de lo que es el hombre con respecto a su nación, a su planeta, al universo, y a Dios mismo; porque si no hay este sentimiento de filialidad entre el hombre y los padres, entre el hombre y sus instituciones, entre el hombre y sus naciones, tampoco podrá existir la filialidad entre el hombre y Dios, porque sencillamente no hay hábito, no hay identidad, no hay conocimiento, no hay mecanismo que nos haya enseñado a gozar de esta filialidad.

En estos tiempos se está volviendo casi normal -no solo en el deporte- abandonar el país para trabajar con la competencia, por más dinero. Todo esto nos hace comprender que la enseñanza y la práctica de la filialidad hará que una persona, por amor y lealtad a su patria, elija no trabajar para otro país.

Aunque también muchas veces hemos hablado de la diferencia de hay entre ser un místico y las demás personas. Cada actividad tiene su propia ética, y no se puede comparar la ética de un místico con él de un entrenador.

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