Sé que hay temores. Cuando se tiene errores, cuando se tiene negatividades, hay en lo más profundo de nuestra conciencia una fuerza, que aún cuando seamos rebeldes y cínicos nos induce a sentir vergüenza de la sola posibilidad de comunicación con lo Dios.
Pero es necesario que comprendamos que el bien y el mal no son creaciones nuestras ni son consecuencias exclusivas de nuestras actitudes. Podemos practicar el bien o podemos ser victimas de negatividades solo como consecuencia de las fuerzas universales que la creación ha inducido en nuestra personalidad.
Lo Dios sabe de esto, sabe que podemos estar cometiendo errores, sabe que podemos en nuestra flaqueza y en nuestra proclividad, dejarnos seducir por las negatividades, por los placeres, por las cosas mundanas, por las cosas completamente ajenas a una vida espiritual; pero también lo Dios sabe que el hombre al igual que el niño, para aprender a buscar la luz y la paz, necesita del instructor, necesita del protector que lo vaya asesorando, que lo vaya guiando para poder superar sus flaquezas, para poder comprender la medida de sus negatividades, para poder tomar previsión de las formas en que éstas negatividades pueden invadir su personalidad.
Y para tener la asistencia de esa protección hay que comprender que ante lo Dios, nada podemos ocultar, no hay ni pensamientos ni actos que podamos ocultar. De tal manera si actuamos bien, lo Dios lo sabe; si actuamos mal, también lo sabe; por lo tanto, para qué cometer la tercera falla de querer ocultar aquello que El sabe.
Por qué mejor no ser sinceros, por qué mejor no reconocer nuestras flaquezas, nuestra insignificancia humana, y pedir en la intimidad de nuestra mente su asistencia, su protección permanente, conversar con El sobre cada una de nuestras necesidades, de nuestras angustias, tribulaciones y aún cuando sintamos inclinación al placer de lo mundano, a lo negativo, a las codicias, conversemos mentalmente con El, pidiendolo a su luz para que nos muestre en qué medida esos pensamientos son correctos y negativos para nosotros y en qué medida podemos superar toda esa nuestra naturaleza.
No hay nada que podamos ocultar, y por lo tanto, no tiene sentido impedir conversar con El en lo más intimo de nuestro ser, todas nuestras intimidades, todas nuestras preocupaciones, nuestras dudas y nuestras angustias.
Tomado de: La vida espiritual, ceremonia de noviembre 1977, Shikry Gama.