La palabra no es sencillamente el vocablo que señala o expresa las cualidades y calidades de los valores culturales con que nos comunicamos, sino que entraña una consecuencia psicológica y un efecto metafísico que producirá permanentemente- en quienes la escuchan una reacción consecuente, que la causalidad ocasionará, con repercusiones positivas o negativas.
La palabra es para las personas como es la semilla para el agricultor. Tiene la particularidad de atesorar todos los elementos germinativos de una semilla, según sea el sentido que le queramos dar, según sea la tonalidad con que la expresemos, y según sea el momento crucial en que la utilicemos. Será exactamente igual a la semilla de una determinada planta que, con el correr del tiempo, germinará en la mente y el sentimiento de las personas, dando los frutos inevitables de la simpatía o la antipatía. Si la palabra conlleva una intención armoniosa, los efectos serán benéficos para la persona que la expresa. Si la palabra encierra un intríngulis de discordia, las consecuencias serán perjudiciales para quien las pronuncie, porque la persona que la escuche reaccionará con un sentimiento consecuente a la impresión recibida.
La comunicación entre los humanos ha evolucionado tanto que no es ya exclusivamente la palabra pronunciada la que contiene su mensaje, sino que también los gestos, la mirada, los movimientos de las manos o algún gesto imperceptible del rostro, expresan la sensación exacta de nuestro sentir interior, que por falta de control o de educación, se exteriorizan revelando informaciones a quienes nos rodean.
Los efectos psicosomáticos del cuerpo hacen que en nuestro rostro se reflejen todos nuestros estados anímicos. Cualquier persona que nos observe con atención podrá detectar con mucha facilidad nuestro estado mental, y, por lo mismo, podrá darse cuenta de la impresión que nos produce sus palabras o su persona. Es por eso que hay que aprehender a controlar nuestras reacciones y aprehender a expresar lo conveniente, y no lo inconveniente, en nuestras relaciones humanas.
Debemos aprehender a reprimir los gestos, ademanes, o tics, que puedan ser ofensivos para los demás, porque de una actitud así de insignificante puede surgir una enemistad peligrosa, o, como suele suceder a menudo, que debido a ellos las discrepancias se convierten en discordias.
La palabra es un arma de doble filo. Puede ser la causa de la felicidad de quienes nos rodean y de nosotros mismos, como también puede destruir a los demás y a nosotros mismos por la lógica ley de causa y efecto. Por eso debemos aprehender a usar los términos apropiados de acuerdo a las circunstancias del momento crucial que vivimos.
Fuente: Libro: » La Meditación Crucial»
Autor: Shikry Gama