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La democracia y las constituciones

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Shikry Gama

La ancestral gesta de los pueblos por conquistar su soberanía política es hoy, como ayer, una permanente preocupación. La sociedad ha evolucionado en sus problemas de supervivencia conjuntamente con las nuevas perspectivas del ejercicio del derecho universal. Los derechos del individuo se están universalizando y las relaciones entre los Estados reflejan las mismas aspiraciones de equidad de trato y de oportunidades que se buscó en los individuos. Los fundamentos del derecho del Estado, de la soberanía, de la democracia y del poder constituyente se han enriquecido con la multiplicidad de las circunstancias sociopolíticas de la historia de los pueblos. A la Declaración de los Derechos Humanos le han sucedido varias declaraciones bilaterales como internacionales, en la cotidiana y ardua labor de aspirar a la soberanía del destino de los pueblos.

Recientemente[1979], los peruanos hemos sido espectadores de una “sui generis” situación política en la historia.

El estado de facto convocó a la ciudadanía al estilo democrático a la elección para nombrar una asamblea Constituyente, que reformara y “perfeccionara” la Constitución Peruana. Esta dialéctica entre la nacionalidad forjando Estados y el Estado fraguando nacionalidades no es nueva en la historia, lo que sí es sorprendente, es que en medio del caos de una mal concebida democracia, sea un Estado totalitario quien conduzca de la mano a los infantiles “partidos democráticos” en la búsqueda de un ordenamiento jurídico – político más concordante con su idiosincrasia.

Este problema de la falta de madurez cívica de un pueblo para ejercer el derecho democrático es una cuestión antigua en pueblos como el nuestro. Los libertadores de América tuvieron que debatir mucho sobre la posibilidad de la vida democrática o la inevitable concentración del poder en un régimen monárquico o totalitario. Esta incapacidad de ejercitar los derechos políticos con una ética y una identidad social ideal, ha sido indiscutiblemente la causa del híbrido legislativo que devino en la SOBERANÍA DEL ESTADO como una sutil distorsión de la soberanía popular.

En la práctica, históricamente podemos verificar que cuando un pueblo padece de inmadurez cívica es incapaz de ejercer con ética el derecho democrático. Cuando no es gobernado por un Estado de facto, lo será por un Estado totalitario que ha manipulado las elecciones, para concentrar en los Poderes Públicos la hegemonía de sus preceptos partidistas en la antidemocrática creencia de que sus planteamientos y fines son los únicos verdaderos y convenientes para el país y los ciudadanos.

No hay duda de que hay quienes llegan al “poder” por la “vía democrática” debe contar con el apoyo de las mayorías. Pero ¿Cómo se conquista el apoyo de las mayorías? ¿Qué es lo que realmente se requiere para seducir a una mayoría necesitada de todo? ¿Tiene esta mayoría nacional una instrucción y educación cívica adecuada para descubrir la polifacética demagogia de los argumentos políticos? ¿Posee realmente una tradición cívica que le permita ejemplarizar a sus dirigentes? En una población que de cada cien individuos que inician la primaria solo cuarenta terminan la media y diez la universidad, ¿puede esperarse una preparación cultural que los exceptúe del engaño de los políticos y las doctrinas demagógicas? Y si a esto le agregamos que por el sutil y justificado argumento de que las mayorías analfabetas, por ser “personas humanas” tienen el mismo derecho al voto, ¿acaso no habremos incorporado una mayoría de “huellas digitales” al potencial democrático partidista de los caudillos de turno?

El ejercicio del derecho democrático conlleva una capacidad dialéctica y racionalizadora capaz de permitirle al individuo una apreciación dirimente de lo que puede ser factible, realizable, y de lo que no es más que una utopía de anárquicos sentimientos de un desquite político como alternativa de no hacer nada. ¿Acaso se puede en nombre del ideal de la democracia concederle a ciertos pueblos por “derecho de humanidad” el atributo de la madurez dialéctica y cívica, cuando aún están en carne viva las heridas infligidas al pueblo so pretexto de mejorar su destino con equivocadas y demagógicas concepciones? ¿Y acaso no fueron los “dirigentes políticos”, los intelectuales, los expertos y calificados profesionales quienes infamemente respaldaron y propiciaron la nefasta experiencia política? Y si todo esto ha sucedido con la anuencia de las “preclaridades intelectuales” de la elite política de nuestro país, ¿Qué es lo que podemos esperar del voto democrático de las mayorías analfabetas y alfabetizadas?

Los acontecimientos son pródigos en referencia de una carencia de civilidad, cuando no de falta de ética tal, que a las claras se puede diagnosticar el mal, sin ser experto en la materia. Lógicamente, el espejismo del tuerto en país de ciegos es que nadie ve mejor ni más que él, y tampoco ve con buenos ojos a quienes tengan más claridad de raciocinio. Es cierto que el problema es “tercer mundista”, pero eso no quiere decir que en todas partes estén como acá.

Es indiscutible que la sociedad debe transitar por el camino de la democracia, pero no debemos equivocar los juicios, pues muchas veces hemos censurado erróneas prácticas de pseudo democracias, en la creencia de que ella había sido “prostituida”. No puede hablarse de una distorsión de la democracia cuando ni siquiera se han dado las condiciones cívicas, culturales y éticas de un pueblo. Podemos -sí- hablar de la necesidad de crear las condiciones psico-sociales para la democracia. En nuestro país, así como en muchos otros, jamás ha existido otra democracia que no haya sido la información teórica de su existencia en determinados pueblos más avanzados que el nuestro.

Al igual que niños, los pueblos cándidos deben aprender primero a reconocer y valorar las multifacéticas caras de la opresión y la demagogia de los oportunistas, para poder adquirir esa experiencia, esa madurez, esa conciencia crítica de la condicionalidad de los individuos en la vida política, y de las codicias tanto partidistas como individualistas del eterno lobo del hombre. Y solo cuando hayan adquirido esa experiencia dialéctica basada en la ética de la correspondencia de los deberes y derechos, inspirados por factores y tradiciones de una identidad social, nacionalista y humanista, podrá aspirar a la democracia real. Solo cuando hayamos transformado el perro del hortelano que llevamos adentro, en una conciencia solidaria de dar libre oportunidad de progreso al más eficiente, sin regurgitar ese resentimiento de la impotencia de nuestras negatividades, haremos iniciado el camino del aprendizaje de la ética nacionalista. Sólo cuando comprendemos las causas internas de nuestra atávica idiosincrasia, sin buscar culpabilidades xenófobas, corregimos nuestros males ancestrales y podemos perfilar una progresiva identidad social, cuya total ausencia justificamos hoy con el pretexto del mestizaje cultural y racial.

La Constitución y las leyes de los pueblos por sí solos no engendrarán ni la justicia, ni la democracia, ni los demás ideales si mantenemos en nuestra idiosincrasia hábitos como: “dada la ley, concebida la forma de violarla”, “la ley es para lo que no son amigos de la autoridad”, o “qué importa lo que se robe si todos los anteriores han hecho lo mismo”, etc., etc. Llenaríamos paginas con las referencias de la mal llamada “inteligencia criolla”, que no ha sido otra cosa que la falta de sentimientos cívicos rectos, la violación del ética y la carencia de una identidad social que nos solidarice siquiera en la adversidad de las situaciones.

Shikry Gama

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