Ante el caos por la falta de orden en tiempos de coronavirus, solo puedo recordar todas las enseñanzas septriónicas que, de haberlo practicado todos, no hubiera sido tanto el impacto.
La educación septriónica implica aprender a ser disciplinados y obedientes. No concebimos que existan los desobedientes, porque siempre se obedece a algo.
Por libre albedrío debemos elegir a qué se quiere obedecer. El limite del ejercicio de nuestro libre albedrío es el respeto hacia nuestros semejantes.
Nuestro derecho termina donde empieza el derecho de los demás. (Shikry Gama)
Mientras respetemos la distancia social hacia otros, tendremos derecho de hacer lo queramos. Si no nos importa nuestra salud, o si somos suficientemente sanos como para poder recibir el virus, no hay problema. Pero tenemos que respetar y obedecer las reglas de las personas con quienes convivimos. Y en barrios muy poblados, debemos respeto hacia todos los vecinos. Porque sino, podremos ser los causantes de contagiar a otros. Todo está encadenado por la ley de causalidad. El virus nos hace tomar más consciencia de cómo estamos interconectados unos con otros, hasta el punto de poder causar la muerte de otro.
Cuando convivimos con personas que no son nuestra familia, el cuidado debe ser mayor. Quizás las parejas se cuidan menos porque hay más hábitos en común. Pero ¿qué hacer cuando no conocemos qué hace cada cual? ¿Cuando no conocemos los hábitos de higiene de quienes viven con nosotros? Y cuando vemos que hay muchas personas que tienen incluso dificultad de limpiarse los zapatos antes de entrar a una casa, y que cuando entran a otra casa no se limpian, pero cuando entran a sus propias casas, sí se limpian, ¿qué habrá que pensar de eso? ¿Se puede confiar en personas así? En estos momentos en el que los cuidados deben extremarse para evitar contagios indeseados?
En estos tiempos de confinamiento, para evitar contagios, decidimos cocinar para todos, para que no tuvieran necesidad de salir. Un día alguien salió sin avisar ni tomar las medidas de higiene que hemos establecido. Escuchamos los rumores que unos y otros salieron sin coordinar nada ni tomar las precauciones necesarias.
Antes del coronavirus esto no hubiera sido un problema. El virus nos hace tomar más consciencia que todo lo que hagamos hacemos, en una u otra medida afecta a alguien de nuestro entorno.
Esto involucra la practica de la lealtad.
Lealtad a nuestros semejantes, lealtad a las normas escogidas para evitar contagios, lealtad al orden y ¿qué pasaría si alguien incumpliera con este orden establecido? Es aquí donde tenemos que preguntarnos a quién debemos lealtad, a ¿quien no cumple con los acuerdos o al dueño de la casa?
La autoridad de la casa o institución es la persona a quien más lealtad debemos. Si es necesario salir, cumplamos todas las medidas de prevención, y coordinemos. Pero si lo hacemos a escondidas, no estamos siendo leales.
Hace un tiempo, una hermana que se dió cuenta que alguien salía y que nos estaba arriesgando y me dijo: “pero ¿qué van a decir si saben que yo le he dicho que no están cumpliendo con las reglas? ¡Van a decir que soy una traidora!..:” Y esto se volvía a repetir en diferentes tipos de circunstancias con diferentes personas que no cumplían con las medidas de higiene.
Actitud de silencio por temor a quedar mal ante los infractores. Estos casos se dan en todos los contextos. Shikry Gama lo denominaba “la complicidad del silencio”, una práctica equivocada y actitud traicionera, que -con el pretexto de mantener las buenas relaciones y no enemistarse con quién comete un error- evita la corrección oportuna y futuros errores que pudieron haberse evitado.
Cuantas veces ha pasado que los actos indebidos que afectan a la institución y a otros, son solapados por el silencio de la complicidad. ¿Dónde está nuestra lealtad?
Por eso si pensamos que podemos traicionar la confianza de quienes incumplen las normas, estamos cayendo en una aberración. Estamos obedeciendo al desorden y no al orden. Estamos siendo cómplices de lo que sucede. En lugar de pensar que vamos a caer mal, debemos preguntarnos a quién le debemos nuestra lealtad: ¿a mis padres, mis superiores, a quienes me dan trabajo, a las personas de quienes dependo o a los que incumplen el orden? ¿A quien debemos obedecer?
Esa mala costumbre de dar más confianza a los que incumplen que a la autoridad establecida debemos erradicar de nuestro entorno.
Debemos ver cuál es nuestro grado de compromiso con cada cual y en base a eso decidir.
Si hay orden, se debe denunciar inmediatamente a la autoridad la falta cometida. Y debemos pensar que si queremos ser personas de confianza, debemos dar esa confianza a la persona correcta. Debemos elegir si obedecemos al orden o al caos.
Shikry Gama ya nos lo dijo muchas veces: Quién obedece al desorden, debe entender que está obedeciendo al Gran Engañador -es decir las fuerzas negativas del universo- que se han infiltrado en la consciencia del ser humano.