Creemos que la voluntad Creadora de Eón unió los iones para dar origen a los átomos; cohesionó los átomos para producir las moléculas; asoció las moléculas generando la existencia de las células; organizó las células para formar los tejidos; con los tejidos conjugó y conformó los órganos; constituyéndose los cuerpos de todas las formas de existencia. Así es como la Omnipresencia energética de Eón de inteligencia eterna anima la esencia de todo cuanto existe.
Esta omnipresencia energética, permite que entre el humano y el planeta haya una relación íntima de acción y reacción. Estamos convencidos de que las tensiones emocionales del humano desencadenan precipitaciones iónicas de la atmósfera terrestre y que producen el desencadenamient de una serie de alteraciones moleculares que provocan trastornos climáticos, somáticos y psíquicos. El humano es lo que el estado energético del planeta aporta, tan es así, que cuando la luna actúa en alguna etapa de nuestra vida, vemos que el humano recibe estas influencias y reacciona cambiando sus estados anímicos. Lo mismo sucede con las alteraciones que sufren todas las estructuras de la naturaleza. Los ejemplos más evidentes serían aquellos que las plantas nos revelan… ¿cuántas personas no han comprobado que el cariño por las plantas es como un abono, como una vitamina que las tonifica, las embellece y las hace crecer? Los seres humanos, con sus actitudes mentales y con su comportamiento cotidiano, influyen dinámicamente en las estructuras energéticas del planeta.
Cada una de nuestras actitudes mentales y/o emocionales (…) es un estado energético que interactúa estructuralmente con las leyes universales cumpliendo una función dual -constructiva <> destructiva- en correspondencia con la polaridad de sus impulsos. El equilibrio energético entre las funciones constructivas y las destructivas debe ser la meta moral de toda la humanidad. Es por eso que la misión de los mensajeros y místicos siempre tienen la finalidad de contrarrestar el predominio del mal (entiéndase destrucción) sobre el bien que procura la construcción. Las virtudes, los valores, el orden y la armonía familiar y social, el conocimiento recto e infinitas otras actitudes constituyen fuerzas constructivas; mientras el mal constituido por los vicios, la violencia, las discordias, la envidia, los odios, los conflictos familiares y sociales tienden a destruir la armonía, el equilibrio y el orden de la naturaleza.
Nos han persuadido de que la causa del calentamiento global es consecuencia de la proliferación libertina de las industrias capitalistas; de la sobreproducción del parque motorizado que ha sobresaturado la atmosfera del planeta y que la única forma de neutralizar sus desastrosos efectos climáticos es exigiendo que las industrias reduzcan las emisiones tóxicas. Nosotros estamos convencidos -en cambio- que el Calentamiento global es más consecuencia del calentamiento que los humanos generamos con nuestras reacciones emocionales cotidianas y con nuestras equívocas políticas de sobrepoblación.
A menor congestión poblacional, menores complicaciones de supervivencia. Todos sabemos que criar una población mínima de cualquier especie reduce la incidencia de enfermedades, y sabemos que a mayor concentración de las especies, se incrementará la temperatura corporal y la ambiental de todos los que viven en hacinamiento.
Creemos que la mayoría de los movimientos telúricos del planeta recibe su fuerza destructora, casi en un 70 % de las cargas emocionales del humano, siendo el resto de influencias exteriores. No entendemos por qué los sociólogos, ecólogos y ambientalistas se empeñan en minimizar la trascendental y determinante responsabilidad que tiene la sobrepoblación mundial en la problemática del calentamiento global.
En la misma medida en que este planeta tenga armonía, se establece su interconexión con la energía solar. Si hay equilibrio, no penetrarán en la atmósfera terrestre energías nocivas provenientes del sol; pero si la estructura del planeta experimenta desarmonías iónicas, estas energías nocivas para la vida estarán inevitablemente precipitándose y alterando el dinamismo de las leyes cósmicas, desencadenando impredecibles alteraciones de la vida terrenal, caos y todo tipo de alteraciones telúricas. No es que nuestras inconductas puedan destruir la totalidad de la naturaleza, pero sí podemos influir para que este mundo sea mucho más negativo para nosotros mismos.
Este equilibrio depende sustancialmente de la actitud mental que los humanos tengan, no solamente hacia el planeta sino hacia sus propios congéneres. ¿Es posible que cerca de tres mil millones (hoy casi ocho mil millones) de seres humanos, que están generando una tremenda potencia mental de odio o de amor, no puedan influenciar en la estructura energética del planeta?
Por eso planteamos la necesidad de una moral. No por temor a Dios, no por el “qué dirán los demás”, sino por una conciencia de trascendencia espiritual que nos permita protagonizar un rol superior en el dinamismo de la creación; porque tenemos el conocimiento del papel que jugamos en el universo y en qué medida el universo es parte de nosotros y nosotros parte de él.