No existe ninguna universidad, ni academia, ni curso de capacitación que nos instruya para tener éxito en la vida matrimonial y en la paternidad responsable. Nadie nos entrena para triunfar en aquello que es la meta más importante de la vida. Son muchos los que contraen matrimonio, pero ¿cuánto tiempo durará la convivencia armoniosa? La ceremonia matrimonial no es la meta. La meta es preservar el matrimonio ejemplar y exitosamente hasta el final de nuestras existencias.
Sólo algunas muy contadas castas familiares se preparan para perennizar la realización de la meta matrimonial. Y en estas familias, las satisfacciones libidinosas serán subordinadas a las cualidades y virtudes que son indispensables para garantizar el éxito.
Nuestras sociedades necesitan comprender que la meta más importante que el humano puede aspirar, más importante aún que tener riquezas y títulos profesionales, es triunfar en la vida matrimonial.
Triunfar en el sentido de darle al matrimonio y a los hijos el ejemplo de estabilidad de los vínculos familiares para ofrecer a nuestras sociedades la ejemplaridad de un hogar bien constituido, que evite promiscuar la drogadicción, el alcoholismo y todas las esquizofrenias y paranoias que devienen de los hogares de padres divorciados o separados, para asegurar un futuro diferente para las generaciones venideras.
El amor es como la vida del jardinero de un rosal. La rosa es una planta muy delicada que necesita sol y sombra. Necesita poca agua, porque si no, sus raíces se pudren. Tiene muchas plagas que suelen marchitarlas o matarlas, por lo tanto, necesita ser abonadas y fumigadas permanentemente para eliminar cuanta plaga atente contra su vigorosidad.
La rosa es una planta emocional. No sólo necesita sol, agua, abono e insecticidas. Lo que más necesita es que la traten con cariño, porque cuando se la trata sin cariño ni amor, se marchita y muere.
El buen jardinero trata a la rosaleda con mucha delicadeza. Cuando va a podarla lo hace con ternura y suavidad. Si la tratase con brusquedad sus espinas podrían rasgar las manos y producirnos dolores e irritación.
Así es el amor en la vida del ser humano. El varón y la fémina deben ser los jardineros, el uno de la otra, y deben prodigarse cariñosas atenciones. Ambos deben conocer y ejemplarizar la mágica ciencia del complacer para ser complacidos, con un amor que esté dispuesto a agradar en todo lo que sea necesario para fortalecer la armonía del vinculo afectivo, estimulando la delicadeza del uno para con el otro, para que el amor no se marchite jamás, y para que siempre florezca y se renueve la belleza y la lozanía del rosedal familiar.
>No es posible convivir en armonía sin respeto y sin una profunda y sincera comunicación basada en la admiración del uno por el otro para comprenderse a pesar de la diversidad de opiniones o pareceres que exista entre ellos.
Si las parejas aprenden a ser jardineros del rosal hogareño, les aseguro que no fracasará la relación matrimonial. Ciertamente no es fácil lograr esta amorosa entrega del uno por el otro, porque no nos han preparado para practicar el arte de cultivar el amor con amor.
Jamás debe ocultarse los sentimientos y pensamientos, así sean de hechos que puedan poner en riesgo la relación de pareja. Si hay silencio, ya se está excluyendo a la pareja de la comunión de la convivencia espiritual. Por supuesto, no debe de haber sucesos que atenten contra la confianza, la seguridad y la estima personal.
Nunca se debe traicionar el respeto y la confianza para evitar sentirse sucios ante la pareja. Si alguna vez cometen algún error, no lo oculten, comuniquen a su pareja, díganse la verdad, tolérense el uno al otro, porque nadie está exento de los errores humanos. Dense nuevas oportunidades, pidan disculpas y pidan de manera especial que los ayuden para no reincidir y superar los errores cometidos.
Sucede que las pocas semanas de haberse consumado el matrimonio suele creerse que el amor es una obligación y un deber del uno para con el otro y cuando alguno incumple con las atenciones aparecen los nefastos reproches que son como una plaga que destruye el amor que un día unió sus vidas.
Así como existen escuelas donde aprender oficios laborales, debería haber academias que enseñen las habilidades y responsabilidades matrimoniales para aprender a ser padres responsables, donde se desarrolle la inteligencia social en el culto de idearios, aptitudes, hábitos, cualidades, talentos y virtudes que todo ser humano debe aportar al contrato matrimonial, de tal manera que se practique las técnicas de la comunicación sincera, profunda y respetuosa en las relaciones humanas para superar los conflictos matrimoniales.
Hemos superado ya esos primitivos tiempos en que se contraía matrimonio, impelidos más por los deseos de posesión carnal, que por elección sensata y responsable de las parejas. Vivimos en una época en que la virginidad ha dejado de ser la virtud que los varones exigen de quienes van a ser sus parejas.
Hoy no hay enamoramiento sin experiencias que verifiquen si habrá o no compatibilidad sexual entre quienes quieren conocerse antes de formalizar el compromiso amoroso. Ciertamente no hay que ignorar la lascivia inherente al ser humano. Por ello la experiencia sexual debe ser la última prueba en la elección de quien aprobó todos los demás requisitos que el matrimonio requiere.
No cabe dudas de que el amor requiera de la atracción y la compatibilidad sexológica, pero no es cierto que tenga por finalidad exclusiva la satisfacción sexual, por el contrario, la satisfacción sexual está más vinculada a la lujuria que al amor.
La lujuria jamás se satisfará con la posesión carnal de una sola pareja. La libido se desbordará siempre sobre el placentero orgasmo, sin valorar ni seleccionar la pareja, cosificándola como un objeto sexual, por ello es ajena y contraria al amor.
El amor conlleva la unión de las vidas para compartirlas en las buenas y en las malas, en la salud y en la enfermedad, en la riqueza o en la pobreza, en el éxito o en el fracaso, en las alegrías o en las tristezas, en el placer o en el desplacer. Ninguna adversidad debilita al verdadero amor, por el contrario, lo fortalece, engrandece y ennoblece.
Por eso, la meta más importante que todo ser humano debe tener, es triunfar en la vida matrimonial, siendo el uno el jardinero del otro, para cultivar enamorando durante toda la vida a su pareja, para agradarlo durante toda la existencia.